miércoles, 19 de agosto de 2015

LA ETERNIDAD CONTRA LA HISTORIA

Cioran, Ionesco y Eliade
 
 
 
LA CLAVE RELIGIOSA DE LOS GRANDES RUMANOS
 
 
 
 Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
 
El carácter de una nación hay que ir a buscarlo a la "inteliguentsia" que, en momentos históricos fecundos, tan frecuentemente críticos y dramáticos, es la que mejor ha  hecho patente las constantes espirituales que subyacen en su pueblo. Aquí hay que tener especial cuidado, habida cuenta de haberse depauperado el término "inteliguentsia" al restringirse a esa clase de intelectuales importadores de ideas extrañas y perniciosas para un pueblo. Aunque el término sea relativamente reciente, la intelectualidad de una nación ha desempeñado siempre una función determinante en el rumbo que una sociedad ha tomado. Obviamente, si la intelectualidad se ha vendido a ideologías artificiales y extranjeras, el efecto de la intelectualidad sobre la nación ha sido nocivo; pero si la intelectualidad ha permanecido fiel a la tradición propia de ese pueblo, entonces sí ha rendido un servicio grandioso, conservando piadosamente, custodiando y defendiendo la identidad de su nación, interpretando y dando voz a los que calladamente perpetuaron ese pueblo con sus propias y particulares singularidades nacionales. Y, a la postre, si el trabajo ha sido de rango universal, han puesto a su nación en una posición de hegemonía cultural.
 
Eso fue lo que ocurrió en Rumanía en el siglo XX. Rumanía ha dado en el curso del siglo XX una pléyade de personalidades de indiscutible categoría universal: sea el caso del filósofo E. M. Cioran, del dramaturgo Eugène Ionesco, del escritor Vintila Horia, del filósofo de las religiones Mircea Eliade. Podríamos citar a más, pero estos cuatro forman una tetrarquía de figuras intelectuales de relieve mundial, mientras que otros como Lucian Blaga, Alejandro Busuioceanu, Nae Ionescu, Mircea Vulcanescu, Constantin Noica... etcétera son personajes menos conocidos por no estar suficientemente traducidos a otros idiomas europeos o por otras ingratas razones, pero no menos fundamentales (sobre todo para sus compatriotas mencionados más arriba que sí alcanzaron la celebridad mundial).

¿Cuál fue la matriz de esta pléyade de intelectuales rumanos capaces de destacar no sólo en la cultura de su país, sino en la cultura universal? La Universidad de Bucarest se convirtió en un foco eficaz de cultura, hasta el punto que Bucarest llegó a ser llamada "la París de los Balcanes". La personalidad de Nae Ionescu, profesor de Teoría del Conocimiento, Lógica y Metafísica ejerció un influjo formidable sobre una juventud patriota. Diarios como "Cuvântul" (La palabra) o revistas como "Gandirea" (El pensamiento) divulgaron el pensamiento que se estaba produciendo en los nidos. Y una fuerza política religioso-patriótica: la Legiunea Arhanghelul Mihail (Legión del Arcángel Miguel) que se implementó en 1930 con la Garda de Fier (La Guardia de Hierro), fundada por Corneliu Zelea Codreanu en 1927, recibió a las juventudes rumanas de toda condición, haciéndole hueco a esos intelectuales que se estaban formando por aquellos años. El movimiento legionario, brutalmente reprimido por el nazismo y por el comunismo, no alcanzó sus objetivos políticos, pero sembró con la sangre de sus mártires la semilla de una Rumanía perenne y futura.

Cada uno de los de nuestra tetrarquía intelectual rumana, fraguada en el crisol de virtudes guerreras del movimiento legionario, escaparía más temprano o más tarde de una Rumanía que, nación martirizada, se convertiría en satélite de la URSS. Empezaría para ellos un éxodo que los llevó de un país a otro, hasta establecerse antes o después en Francia, en España o en Estados Unidos. Pero si algo compartieron los cuatro grandes rumanos, además de la dura escuela de ascesis guerrera del Movimiento Legionario (Nae Ionescu comparaba las ordenanzas del Movimiento Legionario con los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola), lo que tuvieron en común, además de los reveses y las derrotas, fue redescubrir el fondo de la rumanidad en un hecho que es clave para comprender la obra de cada uno de los cuatro: la aversión al tiempo histórico, la desconfianza por la historia y sus señuelos.

Toda la obra ensayística y aforística de Cioran no podría comprenderse sin ese fondo rumano. A la lucidez que reprueba toda ilusión -como bien ha destacado su traductor e introductor en España, Fernando Savater- le es solidaria la desilusión por la Historia, entiéndase bien, no la decepción de estudiar Historia, sino la decepción que sigue a todo esfuerzo por hacer Historia: "A causa de mi prejuicio en contra de todo lo que termina bien, me vino el gusto por las lecturas históricas" -dice en "Del inconveniente de haber nacido". Y podríamos ser más prolijos citándolo, pero no es nuestro propósito: quien ha leído a Cioran podrá comprobar cuánta razón nos asiste para establecer que la animadversión por el tiempo histórico está a la base de toda su producción filosófica, que tan magistralmente se demora en la podredumbre. Cioran no es existencialista, es rumano.

En el caso de Vintila Horia esta constante se hace más consciente: "Los dacios, antepasados del campesino del Danubio, creyendo en un Dios único mucho antes de la Era cristiana, no temían a la muerte, que concebían como una recompensa. Lloraban cuando alguien nacía y festejaban alegremente la entrada en la muerte, que no era para ellos sino una manera personal de liquidar la futilidad histórica y de penetrar en la seriedad de lo atemporal, es decir, en la eternidad" -escribe Horia en "Diario de un campesino del Danubio".

Y lo que rige para estos dos correligionarios rumanos es la clave fundamental de toda la magna obra de Mircea Eliade, autor sin el cual es ocioso tratar de comprender las religiones. Su vastísima erudición no parece haberla reunido sino para refrendar su profunda aversión por el tiempo histórico, redimido en el mito y el rito: "Llamamos "caída en la historia" -dice Eliade- a la toma de conciencia, por el hombre moderno, de los múltiples condicionamientos históricos de que es víctima." Y toda la investigación eliadeana se aplica al conocimiento de todas las religiones para descubrir en ellas formas por las cuales escapar a los "condicionamientos históricos", pues para Eliade: "las raíces de la libertad deben ser buscadas en las profundidades de la psique y no en las condiciones creadas por ciertos momentos históricos; dicho de otro modo, que el deseo de la libertad absoluta se encuentra entre las nostalgias esenciales del hombre, sea cual sea su grado de cultura y su forma de organización social".

Esto es algo más que un pésimo estado de ánimo transitorio -como superficialmente se entiende a Cioran. Es un anhelo apremiante de alcanzar un remanso al margen del río violento de la historia. Y hasta una estrategia para sobrevivir: "Se trata aquí -dice Vintila Horia- de una raza espiritual, me atrevería a decir, que acepta en apariencia el orden asfáltico de las ideologías, pero que continúa practicando su filosofía y su religión, estrechamente emparentadas, por otra parte" -la figura del campesino del Danubio, que Horia escogió para título de su diario, se revelaría así como una constante que a la vez puede ser cualquiera que dé la espalda a la historia con sus imposiciones y las marchas triunfales de las ideologías artificiales, pues como sabía Eugène Ionesco: "Las ideologías nos separan, los sueños y la angustia nos unen".

Es la expresión, en todos ellos, de una nostalgia infinita por un "in illo tempore" que le hace decir a Eugène Ionesco:

"El hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá".

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