miércoles, 13 de enero de 2016

TRIBULACIONES DEL CARLISMO EN CAMINO A SU REINTEGRACIÓN


 



"Gudamendi", diseño de Luis Baraza, director del Gremio Artístico HISPANIA PATENTE.
El lema "Paz y Guerra si me la hacen" era el que ostentaban las banderas de la Expedición del General D. Miguel Sancho Gómez Damas



TRIBULACIONES DEL CARLISMO EN CAMINO A SU REINTEGRACIÓN
(2ª PARTE)


Manuel Fernández Espinosa


El carlismo agrupó, como hemos podido ver (en la primera parte de este artículo), a sectores ideológicos y sociales muy disímiles. Reducirlo a cosa de curas y nobles es, otra vez, distorsionar la realidad histórica. Aunque no podemos detenernos en ello, consideremos también que una de las fuerzas de cohesión carlista más significativas fueron los líderes militares y guerrilleros que, haciendo gala de una fuerte y carismática personalidad, se convirtieron en caudillos de los contingentes carlistas: Zumalacárregui, Ramón Cabrera, el Cura Merino y tantos otros en la Primera Guerra Carlista, reunían en sí esas cualidades directivas que siempre han movilizado al pueblo hispano alrededor de figuras carismáticas. En la Tercera Guerra Carlista no faltan tampoco las personalidades carismáticas en el campo carlista: pongamos por caso el Cura Santa Cruz. Estas personalidades no tenían rivales entre los mandos del bando adversario, puesto que la popularidad y el espontáneo seguimiento que suscitaban en las muchedumbres populares no dependían tanto de la publicidad, sino que pudiéramos decir que su ejemplaridad removía estructuras del inconsciente colectivo; estas personalidades adquirieron proporciones legendarias entre sus contemporáneos, que los secundaban en condiciones que recuerdan la "devotio iberica"; y todavía, siglos después, brillan por sus virtudes guerreras.

EL CARLISMO MÁS RECIENTE

Desde 1833 hasta 1900, la Historia de España se ve jalonada por tres guerras carlistas y dos intentos abortados. La Primera Guerra Carlista, la de los Siete Años; la Segunda (de 1846 a 1849) y la Tercera (de 1872 a 1876), a ellas habría que sumarle los intentos del llamado Complot de la Rápita, capitaneado por Jaime Ortega y Olleta, así como el Complot de Badalona con el que se abría el siglo XX.

Pero, aunque en 1900 todavía había círculos carlistas en casi toda España, el carlismo había empezado a experimentar cismas internos, la derrota de 1876 había infligido al carlismo orgánico un severo golpe: de ser un movimiento de masas comienza a desmembrarse. Los años de la restauración canovista implicarán la descomposición del carlismo: el posibilismo de algunos católicos monárquicos que momentáneamente estuvieron en convergencia con Carlos VII durante la Tercera Guerra Carlista, ensaya un acomodamiento al arco parlamentario con Unión Católica en los años que van de 1881 a 1884, bajo el liderazgo de Alejandro Pidal y Mon. En 1888, Ramón Nocedal crea el Partido Católico Nacional, escindiéndose del carlismo legitimista. Incluso no faltará algún cura carlista visionario (estoy hablando del Padre Corbató Chillida) que será capaz de crear algo así como un Partido Españolista, fuertemente inspirado en el integrismo más puro y con un elemento mesiánico inspirado en profecías y visiones místicas.

Por si fuese poco, las regiones que han sido bastiones irreductibles del carlismo decimonónico emprenden sus respectivas aventuras nacionalistas que, aunque bajo otras inspiraciones, atraerán a muchos antiguos carlistas que abandonarán sus posiciones originales (mucho se insiste en el carlismo de la familia Arana y no sin razón). El nacionalismo catalán, primero, y poco después el vasco, vampirizarán las bases sociales del carlismo en sus respectivas regiones. En las Provincias Vascongadas será especialmente traumática la abolición de sus fueros por Antonio Cánovas del Castillo y, como bien sabemos, la reacción contra la medida gubernamental de fuerte carácter centralista, será el nacionalismo de Sabino Arana. Algunos periodistas liberales de hogaño (Jiménez Losantos, César Vidal, p. ej.) reprochan al carlismo haberse convertido en la fuente del nacionalismo vasco, pero lo que pasó fue justamente lo contrario: la draconiana abolición de los fueros vascos arrojó a muchos vascos en brazos del nacionalismo recién inventado por Sabino Arana Goiri y el que más sufrió fue, precisamente, el carlismo que perdió su ascendiente sobre un sector social muy amplio: sólo para un liberal de hogaño, esa extraña aleación de integrismo y racismo que fue el nacionalismo originario de Arana podría ser confundido con el carlismo.

La fragmentación en el campo carlista no hará más que agravarse en el decurso de la primera mitad del siglo XX: Juan Vázquez de Mella, una de las indiscutibles potencias intelectuales del carlismo, se declarará germanófilo, lo que entrará en colisión con el criterio que pretendía marcar el pretendiente carlista Jaime de Borbón, que quiso imponer una línea aliadófila. El encontronazo acarreará que Vázquez de Mella funde en 1918 el Partido Católico Tradicionalista. En muchos otros focos carlistas la conversión de la base social derivará a piadosas agrupaciones católicas, como la Adoración Nocturna, e incluso muchos carlistas terminarán siendo absorbidos por el socialismo: recordemos como dato más que anecdótico que los marxistas españoles se llamaron y fueron conocidos en un principio no como “marxistas”, sino como "karlistas" (por Karl Marx) lo que a una población analfabeta se le proponía como señuelo para captarla; si el carlismo no hubiera gozado de tantas simpatías, los marxistas no se hubieran hecho llamar “karlistas”, podemos figurarnos que fomentaron el equívoco con toda la intencionalidad.

Sin embargo, por muchas que fuesen las querellas internas en el seno del carlismo, aunque éste hubiera perdido gran ascendiente sobre las masas, a éste lo vemos reaparecer en los años de la II República, cuando lo más sagrado para el carlismo se ve hostigado por el laicismo agresivo de la burguesía liberal y las izquierdas anticlericales. Incluso se postergarán las reclamaciones dinásticas para atender a lo más perentonrio (la defensa de la España tradicional), es así como veremos a carlistas colaborando con alfonsinos en Acción Española. Y esta cooperación intelectual encontrará su correlato en la formación del Requeté, brazo armado del carlismo que estará en perfecto estado de revista para emprender la reconquista de España cuando el 18 de Julio de 1936 el Ejército (y, no se olvide, con él la mitad de España que se resistía a morir) se alcen contra la II República controlada por el Frente Popular.

Durante la guerra, el Requeté escribirá gloriosas páginas de heroísmo, algunas de las cuales pueden leerse en el libro "Requetés. De las trincheras al olvido", de Pablo Larraz Andía y Víctor Sierra-Sesúmaga Ariznabarreta. El Decreto de Unificación de abril de 1937 por el cual se fusiona la Falange Española de las JONS con la Comunión Tradicionalista, formándose el híbrido de la FET de las JONS será un acierto práctico de Franco, no sin suscitarse legítimas resistencias lo mismo en las filas falangistas que en las carlistas, habida cuenta de que era una fusión poco menos que antinatural. La guerra fue ganada gracias al esfuerzo bélico de falangistas y carlistas, pero tras la victoria de Franco ninguna de ambas formaciones triunfó a la larga. El pragmatismo de Franco condenó a unos y otros a ser parte del decorado, sin que sus líneas políticas respectivas fuesen tomadas en cuenta por el autócrata. Los rudimentos ideológicos de Franco nunca habían comulgado con el carlismo y, con la derrota de las potencias del Eje, el falangismo (siempre asociado a los fascismos, por más diferencias que puedan señalarse) ya no le valía a Franco ante la opinión de los aliados vencedores, especialmente Estados Unidos de Norteamérica que se proyectaba como líder de Occidente frente al comunismo soviético: la gran bestia negra del régimen franquista. Sin embargo, las bases carlistas todavía sobrevivían a duras penas, alimentando la devoción, prácticamente reducida al ámbito doméstico, por su pretendiente D. Javier de Borbón-Parma que, en 1975, abdica sus pretensiones en su hijo Carlos Hugo.

Poco quedaba a los carlistas más allá de sus romerías, como la famosa de Montejurra. Carlos Hugo se mostraría nefasto para el carlismo, pues emprendería el acercamiento a posiciones socialistas (formando un cóctel de carlismo y socialismo autogestionario, sin desdeñar el nacionalismo centrífugo), esta aventura se mostraría a la postre como el abrazo del oso: muchos carlistas del entorno vasco terminarían enrolados en ETA, como revela Jon Juaristi en su autobiografía "Cambio de destino". En estos años tan turbios de la transición, la línea más pura del carlismo se va a ir concentrando en torno a D. Sixto Enrique de Borbón-Parma, hermano de Carlos Hugo. El carlismo se divide ahora en dos grandes obediencias: los partidarios de Carlos Hugo y los que siguen a Sixto. Los sucesos de Montejurra del año 1976, aunque este asunto no está del todo claro, hicieron patente los extremos a los que había llegado la polarización en una especie, para entendernos, de carlismo de izquierdas y carlismo de derechas enfrentados, aunque los términos “izquierda” y “derecha” sean tan repugnantes al carlismo genuino.

Pero no quedará ahí la cosa. Las disensiones internas traerán consigo que el carlismo de la época más reciente acabe fragmentado en tres organizaciones políticas que reclaman para sí el nombre del “carlismo”: el Partido Carlista (PC: de Carlos Hugo), la Comunión Tradicionalista Carlista (CTC: sin pretendiente) y la Comunión Tradicionalista (CT: leal a D. Sixto).
 
Don Sixto, habiendo entrado de incógnito en España, jura la Bandera como legionario

ESTADO DE LAS COSAS

Podríamos someter al carlismo actual, en sus variantes, a un test basado en el trilema carlista: Dios, Patria (y, para no olvidar el cuatrilema, incluiremos el término de los Fueros en el de Patria, sin mayores distingos) y Rey.

DIOS: SITUACIÓN RELIGIOSA ACTUAL.

El carlismo es un movimiento contrarrevolucionario de confesionalidad católica: sería un despropósito hablar de un carlismo aconfesional o neutro: el carlismo es católico o no es carlismo. La crisis que se abrió en el seno de la Cristiandad tras el Concilio Vaticano II no podía dejar de afectar al carlismo en las tres "familias" que lo conforman. El carlismo huguista podía conciliarse con las posiciones más progresistas de la Iglesia postconciliar incluso con la sedicente teología de la liberación, por su adulteración con el socialismo autogestionario; sin embargo, era lógico que la CTC y la CT, ambas de corte más tradicionalista, se mostraran más refractarias a las novedades introducidas en la Iglesia por la praxis postconciliar; tanto en la CTC como en la CT se mantienen posiciones tradicionalistas en lo religioso (Magisterio de la Iglesia, Doctrina Social de la Iglesia, preferencia por la liturgia tridentina), aunque en el caso de la CT éstas posiciones han llegado, en algunos casos, a mostrarse abiertamente sedevacantistas, no reconociendo un Romano Pontífice desde la muerte de Pío XII.

PATRIA: ESPAÑA, UNIDAD Y DIVERSIDAD

Podemos decir que, del trilema carlista, el término que más une a todos los actuales carlistas es el de Patria: el amor a la Patria y una concepción de España acorde con las instituciones tradicionales de su historia. El carlismo ha entendido siempre a una España que no puede concebirse sin la institución monárquica (un carlismo republicano sería como un carlismo no-católico: imposible); sí que cabe decir que, contra la vulgar percepción de un monarquismo absolutista (que sí pudo localizarse en algún sector del carlismo decimonónico inicial), la monarquía carlista es la tradicional y por lo tanto, más que corresponder a un modelo absolutista de importación europea, sería lo más próximo a una monarquía templada. La celosa defensa del foralismo (esto es: la defensa de la personalidad tradicional de las regiones y culturas que componen España) es mérito del carlismo más auténtico, por lo que no cabría en el carlismo un modelo centralista tal y como quiso cristalizarse debido al liberalismo del siglo XIX con tan enojosos resultados como los que ha deparado. El carlismo es respetuoso para con la diversidad regional y cultural y cabalmente su fuerza residió precisamente en mantener la posición más honesta en lo concerniente a las instituciones básicas de la comunidad social: la familia, el municipio, el principio de subsidiaridad, con un planteamiento de la comunidad eminentemente orgánico y realista, tan ajeno a los constructos liberales y socialistas: Vázquez de Mella incluso empleó un término, como el de “sociadalismo”. En las filas carlistas ha habido y hay eminentes intelectuales que supieron articular todo un sólido discurso relativo a estas cuestiones y cuyas concreciones teóricas están esperando verse estudiadas para una efectiva reactualización: los nombres de Aparisi Guijarro, Vázquez de Mella, Víctor Pradera, Marcial Solana, Vicente Marrero, Francisco Elías de Tejada, Rafael Gambra Ciudad, Juan Berchmans Vallet de Goytiloso, José Miguel Gambra, Miguel Ayuso... Son nombres acrisolados en esta línea, constituyendo indudables autoridades en la materia, así como exponentes del pensamiento tradicional hispánico, en lo que se refiere a planteamientos político-jurídicos.

REY: SITUACIÓN DINÁSTICA ACTUAL.

El carlismo es un movimiento contrarrevolucionario de carácter monárquico, por lo que se supone que debe tener como referente una figura –el Rey- que lo aglutine y, en su defecto, el Pretendiente al Trono de España. La situación actual es desoladora, algo que también sucedió en algunas ocasiones durante el siglo XIX.

El fallecimiento de Carlos Hugo de Borbón-Parma, el 18 de agosto del año 2010 no extinguió estas divisiones. El Partido Carlista que, recordaremos que durante un tiempo llegó a alinearse en la coalición de Izquierda Unida, quedó huérfano a la muerte de Carlos Hugo, pero por poco tiempo duró su orfandad, dado que sus partidarios se apresuraron a proclamar al hijo de éste: Carlos Javier de Borbón-Parma y Orange-Nassau (nacido el 27 de enero de 1970). La CTC sigue sin aceptar un pretendiente para la Causa, con lo que podríamos decir que podría declararse algo así como "tronovacantista". La CT insiste en que el Abanderado de la Tradición es D. Sixto.

Lo que puede decirse a favor de D. Sixto es que ha mostrado a lo largo de toda su vida una intachable fidelidad al carlismo auténtico. Su hermano Carlos Hugo (que Dios haya perdonado y tenga en su gloria) vivió, durante el año 1962, la experiencia de trabajar como uno más y de incógnito en la mina asturiana El Sotón, con el propósito de conocer de primera mano las condiciones de los obreros españoles, esto fue lo que lo aproximó a posiciones socialistas. D. Sixto, por su lado, se alistó también de incógnito en el Tercio Gran Capitán de la Legión Española en 1965, bajo el nombre de Enrique Aranjuez; cuando se descubrió su identidad fue expulsado de la Legión y de España por las autoridades franquistas. Creemos que tanto el gesto de uno como del otro honra a cada uno, aunque en el caso de Carlos Hugo la experiencia obrera resultara a corto y medio plazo nefasta para el carlismo, por contaminarse de izquierdismo inasimilable para el auténtico carlismo.

D. Sixto vive exiliado en Francia, tiene una vasta formación política, una gran cultura y una dilatada experiencia diplomática; puede decirse en su abono que es uno de los españoles con mejores relaciones en Rusia, países eslavos, Hispanoamérica y África.

El hijo heredero de Carlos Hugo, Carlos Javier de Borbón-Parma, tiene como madre a la princesa Irene de los Países Bajos, pero debido al divorcio de sus padres fue criado en el Palacio de Soestdijk con sus abuelos maternos; más tarde recibió formación en Inglaterra y Francia, también realizó estudios de Ciencias Políticas en Estados Unidos y es asesor financiero de varias compañías, siendo a día de hoy Príncipe de Holanda, aunque su inmediata proclamación suscitó ciertas esperanzas entre los carlistas de la CTC, parece que posteriormente estos no se mostraron muy convencidos y siguen en su "tronovacantismo".

TRIBULACIONES Y EXPECTATIVAS DEL CARLISMO

El carlismo ha sufrido como pocos movimientos la industrialización con la consecuente des-ruralización de España y la desorientación de la Iglesia tras el Concilio Vaticano II. Sin embargo, pese a la fragmentación de la que hemos dado cuenta, puede decirse del carlismo que una de sus principales bazas es que el actual se está configurando con una juventud que en su mayoría, a diferencia de lo que ocurría en los siglos XIX y XX, no llega al carlismo por tradición familiar, sino por curiosidad intelectual o política.

El esfuerzo que está desarrollando la CTC por organizar una red carlista nacional es en este sentido digno de elogio y más si se consideran los pocos recursos con los que cuenta, muchas veces incluso recurriendo a las fotocopias. Sin embargo, la CTC trata de coordinar en todo el territorio español sus propias bases a través de medios de prensa como ACCIÓN CARLISTA o AHORA INFORMACIÓN. En la CTC hay señales de estar creándose una partido-comunidad, formado no sólo por individuos, sino por familias, cuyos más jóvenes son formados en campamentos de verano que organizan los órganos de la misma CTC.

En la CT puede decirse que encontramos a día de hoy las más brillantes personalidades intelectuales del carlismo (Gambra, Ayuso), pero se acusa en ella un cierto ambiente de camarilla que puede estar fomentando alguno de sus miembros más destacados. D. Sixto realiza una ímproba labor diplomática, participando en muchas actividades culturales y políticas en Francia y otros países europeos, preocupándose de estrechar lazos con comunidades hispanoamericanas y africanas, siempre atento a la actualidad española, acude a España en algunas ocasiones, pero según la opinión que prevalece se tiene la impresión de que D. Sixto está como acaparado por algunos de sus más estrechos colaboradores que obstaculizan toda aproximación al Jaune (“Señor”, en vasco) si no se cuenta con el personal "nihil obstat" de estos íntimos. Esto acarrea un cierto enquistamiento de una capilla que goza de la familiaridad de D. Sixto, mientras cierra la puerta a todo lo que viene del exterior o no pasa por la mano de los cortesanos palatinos, lo cual ha sido siempre funesto para el carlismo: se recuerda alguna anécdota de las guerras carlistas decimonónicas en la que se trasluce ese aislamiento en que muchas veces estuvieron los pretendientes carlistas, dependientes siempre de sus hombres más próximos que incluso traducían al Rey lo que les convenía, cuando, por ejemplo, las tropas vascas se quejaban en su lengua vernácula.

El carlismo puede todavía tener mucho futuro por delante, pero para lograrlo tendría que atreverse a dejar muchos lastres atrás, sin renunciar lo más mínimo a su esencia.

1) Sería idóneo que se vencieran las disensiones internas, creando otro clima más cordial entre los carlistas, y creando espacios compartidos, al menos, entre los de CTC y CT que son los más genuinos y, eso sí, con la puerta abierta a los más honestos y aptos que quisieran aproximarse del PC: sería el modo idóneo de construir una nueva Casa Carlista. Tal vez un cambio de generación en las directivas de las familias carlistas pudiera ser un paso adelante, pues con ello se limarían las hostilidades, muchas veces de índole personalista, que han prevalecido hasta hoy.

2) El carlismo no puede dejar de ser católico, pero tiene que comprender que el escenario religioso español ha cambiado. Si quiere hacer política, tiene que dejar las cuestiones teológicas a los teólogos: la evangelización la tiene que hacer la Iglesia y los carlistas, en su condición de católicos, tienen todo el derecho a evangelizar, pero la adhesión de vastos sectores de la sociedad no vendrá por ahí: la defensa de los “principios innegociables” (bandera de la CTC) es muy loable, pero no se puede hacer política solo dándole vueltas a esos principios, por innegociables que puedan ser.

La cuestión sería: ¿puede un católico hacer política que no sea confesional? Ésta es una pregunta muy compleja, pero lo que parece claro es que en la sociedad española actual las cuestiones religiosas no parece que sean hoy, como lo fueron en el siglo XIX y todavía en la primera mitad del XX, un aglutinante para el carlismo. Con ello no estoy pidiendo que los carlistas oculten su catolicismo, pero tendrían que preguntarse si puede salirse a pescar peces, cuando en la pecera no parece haber peces, sino estar llena de calamares y mejillones.

3) D. Sixto tiene que dejar de estar mediatizado por algunos próximos a Su Alteza Real, para poder abanderar con resolución un carlismo reconstituido. Si se salvaran esas antesalas que se han puesto para poder acceder a D. Sixto, muchos españoles podrían conocer las cualidades indiscutibles de este hombre intachable.

Si los carlistas son capaces de hacer estas cosas, entre otras muchas que mejor que yo sabrán ellos, sería indudablemente en ventaja de España. Contra el carlismo desintegrado, lo que es menester es un carlismo reintegrado; pero, una vez reintegrado, el carlismo también tiene que abrirse a una comunicación transversal con otros grupos patriotas de tercera y cuarta posición, sin mojigaterías ni escrúpulos que paralizan la constitución de un frente nacional dispuesto a la acción política eficaz en toda España.

Pero, ahí está la cuestión: ¿qué es lo que quiere el carlismo de hoy? ¿Hacer política o metapolítica?

Son las preguntas que tendrían que plantearse y responderse los carlistas. Esperemos que no tarden en contestárselas, para bien de España.




 

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